Perfectos de camino

Escrito el 12/09/2023
Pr. Gustavo A. Muñoz L.


Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. Salmo 119:1


La Biblia llama bienaventurados a los que viven en integridad y disfrutan de hacer el bien.

Son bienaventurados por su apego a la ley de Dios. Porque, viviendo en un mundo permeado por el pecado, se esfuerzan por mantenerse puros.

Los perfectos de camino pagan el precio de abstenerse de toda especie de mal. No guardan rencor, no toman lo ajeno como propio y tampoco deciden por conveniencia, pues si es el caso, eligen perder en la tierra, con tal de ganar un lugar en el cielo. 

Los íntegros tienen la los mandamientos de Dios en el corazón. Los guardan, los respetan y obedecen con honor y dignidad. No negocian sus principios, no los cambian, no los olvidan.

Los íntegros piensan en Dios y en el alcance de sus determinaciones. Saben que lo que siembren, eso mismo cosecharán. 

Rechazan la mentira, y aunque quedaran expuestos, no recurrirían a la infamia para salir “bien librados”. 

Los íntegros dan la pelea contra el pecado y retienen, con determinación, su pureza sexual. Si es soltero, se aparta para Dios y espera. Si es casado, respeta su matrimonio y no mancha, con una infidelidad, la memoria del hogar.

El íntegro se olvida de los viejos métodos. De las prácticas deshonrosas, engañosas y ventajosas que cometía cuando vivía apartado de Dios. Su estilo de vida es nuevo, renovado y transparente. 

El íntegro no es hipócrita, dice lo que piensa, piensa lo que dice y siente lo que vive. Su corazón es un albergue de compasión, pero su carácter es un muro de contención contra el mal.

Valora la verdad. Disfruta de escribir una historia de vida limpia, pura y sagrada. No se une con los que aborrecen a Dios, por el contrario, hace sociedad con los que aman el reino de Dios.

El íntegro se ocupa de obrar con bondad, sin dobles intenciones y sin malicia. Jamás pone sus intereses personales por encima de la voluntad de Dios. Se ocupa de pagar sus deudas y cumplir con sus compromisos que adquirió, demandando del otro, confianza. 

Son bienaventurados los que obran considerando los mandamientos de Dios antes que su propia opinión. 

¡Bendecido día!