Cuando lleguen las tormentas de la vida, arrasarán con los perversos; pero los justos tienen un cimiento eterno. Proverbios 10:25
Las tormentas de la vida no eximen a los justos, tampoco a los perversos. Ninguno de nosotros puede escapar de la agitación momentánea o de una intempestiva e intensa tormenta.
Una de las preguntas clásicas que brota de corazones honestos es: ¿Por qué a la gente buena le pasan cosas malas? Esta pregunta permanecerá en la tierra acompañando nuestras reflexiones hasta que Cristo regrese por su iglesia.
Pero me he propuesto en este día ayudarle a comprender que las tormentas, aunque causan agitación, dolor, angustia y mucha preocupación, nunca podrán destruir a los justos.
No tengo el poder para saber qué tipo de tormenta está atravesando, pero cualquiera que sea, sepa que las tormentas no destruyen a los justos; un cimiento eterno los mantiene a salvo, un cimiento incorruptible impide que sean arrastrados; ese cimiento es Jesús, su salvador.
Dios no prometió que le evitaría tormentas, pero sí prometió poner bajo sus pies una fortaleza inamovible e indestructible. Él no nos ha prometido una vida sin dolor o sufrimiento, pero sí prometió llevarnos con su diestra cuando vemos que todo a nuestro alrededor colapsa.
Amado lector, por difíciles que sean los tiempos, el Señor nunca lo dejará; tenga la seguridad de que no lo abandonará. Él lo cuidará y lo sustentará. Tenga la certeza de que su cuidado no se apartará. Cristo enjugará sus lágrimas y se encargará de honrar su fe.
Créale a Dios. El mal tiempo puede cambiar más pronto de lo que cree. Así como la lluvia se detiene y el sol brilla en todo su esplendor, de la misma manera mudan las circunstancias.
Ocúpese de perseverar por una vida justa; el resto, confíeselo al Señor, Él tiene cuidado de los suyos.
Fuerte abrazo.