Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Marcos 1:41
Jesús nos mira con ojos de misericordia. Esta no es una verdad menor. La misericordia de Dios, más que un concepto, en realidad es un acontecimiento.
Una vida espiritual sana jamás descuida el gran regalo de la misericordia. No somos salvos por nuestros medios, tampoco podemos limpiarnos nosotros mismos. La verdad es que, ambas cosas, acontecen por una razón: la misericordia de Dios.
Cuando se trata de purificar el corazón y limpiar a un creyente de la mancha que lo avergüenza y del trazo de la culpa que lo hace infeliz, Jesús “siempre quiere”.
Todos debemos reconocer que padecemos de una “especie de lepra”. Sí, una variación de una lepra de tipo espiritual, una lepra que deforma el carácter.
¿Puede verla en su cuerpo? Es suficiente con contemplar sus errores o sus pecados para reconocer que usted hoy necesita quedar limpio.
Limpio de odios y rencores. También del orgullo y la altivez. Limpio de su ruina. Recuerde esto: a un “leproso” humillado, la vida le puede cambiar con tan solo un toque del Señor.
Cada momento de oración, mientras usted se retira para tener comunión con Dios, o incluso, mientras permanece sentado en una silla meditando en las cosas de Dios, usted puede gozar del maravilloso privilegio de ser tocado por Dios.
Ahora bien. Por profundas que sean sus heridas o por irritadas que luzcan sus úlceras, Jesús no tendrá problema en tocarlo si usted se inclina ante Él con una fe sobresaliente.
Sí, una fe que no duda, una fe que cree por un milagro desde antes que acontezca. Note que el leproso dijo: “Si quieres, puedes”.
Amado lector, la buena noticia es que Dios puede y quiere limpiarlo. Usted no tiene que seguir llevando en su cuerpo la razón de su aflicción. Tampoco deberá lidiar para siempre con el dolor que le han causado el rechazo de otros.
Usted puede quedar limpio para Dios, y luego, recuperar su vida. Limpio de las aterradoras impurezas del corazón. Limpio de la enfermedad que le azota.
El corazón de Dios palpita apasionadamente por hacer el bien. Él lo ama y va a demostrarle su amor, dejándolo totalmente limpio.
Amado lector: Dios sí puede, Dios sí quiere. ¿Qué quiere usted y qué está dispuesto a hacer por lo que quiere?
¡Feliz día!