Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso. 2 Crónicas 26:16
El corazón es engañoso. Un día crees haber aprendido todo acerca de la humildad, y al día siguiente terminas tropezando con tu propio ego. Estoy seguro de que usted entiende muy bien de lo que estoy hablando.
El rey Uzías tuvo una vida ejemplar, pero un día, su corazón se llenó de orgullo y se rebeló contra Dios.
Pretendiendo cumplir con una labor que les correspondía exclusivamente a los sacerdotes, Uzías demostró sentirse lo suficientemente bueno y capaz como para hacerse cargo de un rol que no hacía parte de sus deberes (quemar incienso).
El respetado rey consideró que si había sido un hombre piadoso y destacado en sus funciones como gobernante, ¿por qué debería negarse la posibilidad de llevar a cabo las tareas de un sacerdote? Entonces, su razón se nubló, su sentido común se opacó.
Es justo ese el efecto que provoca el orgullo. Nos impide pensar con sabiduría, con mesura y cordura.
Uzías torció el camino. Después de ser considerado un varón temeroso de Dios y sensible a Su mover, frustró su carrera al descuidar su corazón. Ignoró una imperfección dañina que se mimetizó con su popularidad.
El rey tenía respeto por lo sagrado, pero su orgullo lo llevó a la orilla de la irreverencia.
“Respeto” y “reverencia” parecen lo mismo, pero sus significados son distintos. El respeto es una muestra de cordialidad y consideración. La reverencia es reconocer la superioridad del otro (en este caso de Dios), mientras contemplo mi limitada condición.
Amado lector, así como el corazón humilde de David le permitió derribar a un gigante, de la misma manera el orgullo le permitió a Satanás destruir a un titán llamado Uzías. ¿Ve la diferencia?
La buena noticia es que todos podemos identificar el orgullo en nuestros corazones. Sí. Sabemos que hay orgullo porque nos cuesta reconocer la inteligencia o la capacidad de otro.
Los sabemos porque el concepto que tenemos acerca de nosotros mismos está inflamado por la autoaprobación y la autoexaltación. Entonces creemos que calificamos para todo.
Fácil es notar que nos ha invadido la orgullosa idea de ir por la vida como si no necesitáramos de alguien más. Créame, pensar así es de lo más peligroso que hay.
La vida está compuesta de relaciones recíprocas. Todos necesitamos de otros. Todos necesitamos a otra persona a nuestro lado; de lo contrario, Dios habría dejado a Adán completamente solo.
El orgullo arruina. En la entrega de mañana le mostraré el triste final del rey Uzías. Estoy seguro de que usted tomará un camino diferente al que él escogió.
¡Fuerte abrazo!