Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai. Génesis 16:2
Desesperamos cuando el tiempo pasa y nuestra promesa tarda en cumplirse.
A veces resulta contradictorio entender que los tiempos de Dios son perfectos, cuando a la vez notas que envejeces y con dolor despides una etapa de la vida que no volverá.
Esa fue la sensación de Sarai. Ella y Abram, su esposo, tenían una promesa que habían recibido casi 25 años atrás.
¿Usted ha esperado mucho tiempo el cumplimiento de una promesa que Dios le hizo? Seguramente sí. Habrá notado, entonces, que la espera es dolorosa, a veces incómoda e incierta, y con frecuencia, la ansiedad que produce es insoportable.
Cuando nos encontramos abatidos por la espera, nos apresuramos e inventamos un plan B; en otras palabras, construimos un atajo.
Yo sé mucho acerca de los atajos de la vida. Sé lo que es adelantarme a los tiempos y también sé lo que es falsear la fe tratando de “ayudarle a Dios”.
Con "ayudarle a Dios" me refiero a meter las manos en el desarrollo de los planes divinos o a encontrar una justificación “espiritual” para acelerar los tiempos.
Sarai cayó en el juego de ayudarle a Dios. Fue así como instó a su esposo para que tuviera un hijo con Agar, la sirvienta.
Abram también estaba afectado por la espera, pues ante la propuesta de Sarai, no mostró resistencia y accedió.
Amado lector, ¿le ha ayudado Dios, se ha adelantado a los tiempos o ha elegido un atajo?
Si lo hizo, espero que haya aprendido la lección. Si no lo ha hecho, por sentido común es mejor que no lo haga.
Deje que Dios actúe y pida paciencia mientras espera en los tiempos de Dios. Hay un dicho popular que reza: del afán no queda sino el cansancio.
No se adelante; espere en los tiempos de Dios.
Bendecido día.