Una muestra de amor sublime

Escrito el 29/08/2025
Pr. Gustavo A. Muñoz L.


Las muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos pueden ahogarlo. Si un hombre tratara de comprar amor con toda su fortuna, su oferta sería totalmente rechazadaCantares 8:7


La sangre de Cristo reformuló la constitución del universo. Desafió y venció el poder de las tinieblas. Como un rayo de luz que se posa sobre la más intensa noche, así iluminó los corazones vencidos, liberó las almas presas y entonces, aprendimos a usar el don del amor.

Nunca antes una muerte había traído tanta esperanza a un mundo que vivía en las prisiones del pecado y se alimentaba de las migajas de la culpa. Qué fortuita hora en la que el Maestro fue colgado del madero y exclamó “todo está consumado”. 

Su cuerpo desfigurado, pero su próspera y noble alma, aún conservaba el tono armónico del amor. Su sangre vibrante de compasión susurraba a los cuatro vientos que nuestro histórico enemigo había sido avergonzado, y el más imponente de todos (la muerte), sería vencido para siempre en las próximas 72 horas.

Dos milenios después, aún vivimos aferrados a un momento congelado en el recuerdo. Los clavos, la corona de espinas y una cruz no solo nos trasladan a una estación de quebranto, sino también a un jardín de oportunidades, de esperanza y alegría. Alguien debía pagar lo impagable, alguien debía tomar nuestro lugar.

Hoy cantamos por Él. Perdonamos por Él. Vivimos por Él. Él es el vínculo perfecto de todas las relaciones: el amor. El cántico sublime de la esperanza. La acción más noble de todas: redimir. La mano que se extiende, la gracia que consuela; la vida que nos falta.

Razón tenía cuando dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida”. No mintió. Habló la verdad y nada más que la verdad. No se perdió; hasta el final conservó su juicio y llegó a su merecido destino. No murió, mas para siempre vivirá. Murió como un cordero, pero resucitó siendo el león.

Nuestro Cristo, el príncipe de los pastores y el primogénito de la creación, con amor se entregó y con justicia nos salvó. Celebremos su amor. Cantemos con devoción la más pura alabanza que, a una voz, entona el pueblo al cual Jesucristo redimió. 

Lo invito a hacer esta oración: Jesús, gracias por salvarnos. Que mis recuerdos prioricen tu muerte y mi mente jamás se niegue a reconocer quién es mi Señor, el cual, por amor, mi alma redimió.

Glorioso día.