De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús. Gálatas 6:17
El “kintsugui” es una técnica de origen japonés que consiste en arreglar fracturas de piezas hechas con cerámica, usando barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino.
Dicha técnica forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.
Algo similar ocurre con las experiencias dolorosas de la vida. Todas ellas generan una ruptura que nos exige ser reparados de nuevo.
Un divorcio, la muerte inesperada de un familiar, ser despedido del trabajo, ser rechazado, un abuso o el abandono de los padres conforman la larga lista de formas en las que podemos convertirnos en “piezas rotas”.
El punto es que las cicatrices del pasado que llevamos con nosotros son muy valoradas por Dios y deberían serlo por nosotros también.
Mientras las observamos como grandes pérdidas y serios defectos, Dios puede verlas con los ojos de un experimentado artista que sabe que cuanto más padecemos por su causa, más fuertes llegamos a ser.
Siéntete dichoso y amado por Dios cuando veas tus cicatrices. Cuando yo lo hago, me consuela el hecho de saber que sufrí, pero hoy estoy en pie.
Cada superficie de imperfección en la “piel de mi espíritu” me recuerda no solo que libré una gran batalla, sino que además obtuve, por la gracia de Dios, una gran victoria.
Cuando veas tus cicatrices, piensa en lo mucho que has aprendido y en el terreno que has ganado.
Recuerda que Dios repara tus quebrantos. Su Espíritu Santo llega a las zonas más profundas del corazón para hacer las reparaciones más complejas y convertirte en una pieza invaluable.
No eres víctima; con Dios, eres protagonista de tu propia historia. Tus cicatrices cuentan. Adelante.