Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Romanos 12:3.
La típica frase del orgullo inflamado se ha hecho viral en redes sociales y principales noticieros. Personas con ínfulas de poder, se han arriesgado a mostrar su credenciales que, según ellos, los eximen de cumplir las reglas o pagar por sus erróneas conductas.
Para nadie es un secreto que detrás de ésta recurrente actitud, hay una clara ambición de poder que seduce a más de uno. Claramente denota una voluntad férrea de no sujetarse, así como de no reconocer la autoridad de un superior o un de un mando medio.
Este tipo de actitudes, me ayudan a recordar las terribles consecuencias del orgullo, pues fue ese mismo orgullo, lo que causó la expulsión del ángel de luz (satanás), que al codiciar la gloria que sólo le pertenecía a Dios, fue expulsado de los cielos y arrojado a la tierra en la peor de las condiciones: en miseria.
Hoy, el orgullo sigue siendo un serio problema. Por causa del orgullo, no aceptamos la corrección y menos, reconocemos nuestros errores. Por orgullo nos sublevamos contra aquel que tiene la razón y así, perdemos valiosas oportunidades.
El orgullo nos aísla, separa y divide. De hecho, es la peor enfermedad entre todas aquellas que atacan el alma. El orgullo ansía dignidad, pero en realidad es torpe y totalmente inútil.
El orgullo pretende creer que goza de un coeficiente intelectual sobresaliente, pero en realidad, es estúpido, ignorante y desaguisado. Rompe relaciones, aparta a los mejores amigos y es el candado que le niega la entrada a la sabiduría y a la madurez.
Sin embargo, por otro lado aparece la autodescalificación. En ocasiones creemos que somos realmente humildes porque nos descalificamos antes de intentarlo. Esta es una errónea concepción. No es humilde quien se descalifica, no confunda las cosas. Es humilde quien reconoce sus limitaciones pero aún así, acepta el llamado de Dios y se esfuerza por cumplirlo.
Autodescalificarse no lo convierte en mejor persona, por el contrario, podría hacer de usted una persona orgullosa, tanto, que cree que nadie es digno de tomar una responsabilidad. Créame, pensar así, lo convierte en una persona doblemente orgullosa.
Asuma sus responsabilidades, y mientras lo hace, procure mantener un concepto apropiado de usted mismo y de los demás. Cuídese de la miseria del orgullo, pero también, cuídese de las consecuencias nocivas de la autodescalificación.
Si Dios le encomendó una tarea, puede estar seguro de que usted podrá cumplir con ella. Dios no hace trato con negligentes o ineptos, Dios hace tratos con personas como usted. Amado lector, usted tiene todo lo necesario para emprender y ganar. No se enfrasca, avance.
Con amor, Gustavo.