El desierto.

Escrito el 10/07/2020
Ps. Gustavo A. Muñoz L.


En esos días, Juan el Bautista llegó al desierto de Judea y comenzó a predicar. Mateo 3:1.


A veces, las grandes historias tienen pobres comienzos. Por lo menos así le ocurrió a Juan. 

Fíjese en que, este histórico y reconocido personaje, tenía por costumbre pasar la mayor parte de su vida en el desierto de Judea. 

Se dice que Juan pertenecía a una escuela doctrinal cuyos alumnos vivían alejados del centro de la civilización, lejos del ruido, de los afanes desmedidos y de las costumbres “mañosas” de las grandes urbes.  

Juan aprendió a vivir en el desierto. Quizá pudo encontrar en él la ruta de un proceso que toda persona debería vivir para entender un principio crucial, el desprendimiento.

El desierto era necesario en la construcción acertada de su fe. El desierto exige negación, muerte y renuncia. 

Juan entendió eso, y cuando logró vivir con este código moral impreso en su corazón, entendió también que el mundo jamás podría amenazarlo o quitarle algo porque sencillamente no tenía nada que perder, sus tesoros eran celestiales. 

Respetado lector, su historia puede contrastar con la historia de Juan “el bautista”. Mientras él vivió un proceso de renuncia y de entrega, usted quizá está viviendo una época apego y retención. 

Me explico: mientras Dios espera que usted aprenda a vivir con desprendimiento y que se goce mientras camina entre el polvo y el cielo estrellado, usted ha elegido sobrevalorar un tesoro que quizá, pudiera perder. 

Amado lector, no en vano la Biblia dice que "Juan predicaba en el desierto". En un lugar indeseable, lejos de múltiples placeres y sofisticados centros de entretenimiento, todo, por una visión de Dios, un llamado, un propósito. 

Su historia revela una vida de abundantes principios y de pocos tesoros terrenales. Una vida de perfección moral y de mesurada popularidad. 

En un mundo como el de hoy que vive preso de la vanidad y de la necesidad de aceptación y reconocmiento, Juan vuelve a elevar su voz para enseñarnos que la vida no consiste en conquistar la fama, sino en renunciar a los tesoros de la vanidad y la opulencia, para convertirnos en verdaderos faros en un mundo que vive en las tinieblas más oscuras del desconocimiento de Jesús.

Me gustaría preguntarle: ¿le preocupa construir tesoros y ganar la aprobación de la gente? Yo le sugiero que consiga la aprobación de Dios y le aseguro que los tesoros terrenales querrán tener un dueño como usted. 

¡Fuerte abrazo!