Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. 2 Reyes 5:11.
Las cosas no siempre salen como uno espera y eso no debe sorprendernos. Podemos tener una idea aproximada de lo que acontecerá, sin embargo, los resultados seguirán siendo propiedad exclusiva de Dios.
¿Cuántas veces ha visto cómo se desbaratan sus planes como si se tratasen de una porción de mantequilla expuesta al calor? Seguramente muchas. Así suele pasar, y Dios permite que así ocurra para que recuperemos el enfoque correcto.
Hay un grado de ceguera en nosotros que de algún modo es necesaria. Me refiero a las limitaciones que tenemos para ver lo que Dios está haciendo. Me refiero también al origen de su frustración. Usted puede encontrarse viviendo un tiempo de enojo espiritual porque sus planes se frustraron o porque cree que no merecía que le sucediera lo que está viviendo.
Amado lector, Dios tiene el control y aunque las cosas no se den de acuerdo a sus aspiraciones, hoy le recuerdo que al final del día y por la ruta que Él considere correcta, lo bendecirá.
Naamán gozaba de autoridad. Estaba acostumbrado a mandar y dirigir a los soldados que tenía bajo su cargo. Sin embargo, Dios tenía un plan con él y debía asegurarse primero de tratar finamente con su carácter. Fue así como lo condujo por un camino que él desconocía, el camino de la humildad y la aceptación de la soberanía de Dios.
A veces, Dios tiene que recordarnos que no importa quienes seamos, cuanto poder administremos o cuanta admiración recibamos, al final de la jornada las cosas salen como Él quiere y no necesariamente de acuerdo a como lo planeamos.
Cuando decimos: “encontré lo que buscaba” debemos hacerlo con la conciencia de que también podemos perderlo. Lo que intento decirle es que es preciso que usted tenga mucho respeto por la voluntad de Dios. A veces somos caprichosos espirituales y no somos conscientes de eso.
Naamán criticó la instrucción del profeta, sin saber que era Dios quien lo estaba guiando. En ocasiones nuestra más sabia respuesta es un ¡amén! Hay momentos para cuestionar, pero hay otros para responder simplemente: “entendido, así lo haré”.
Bendecido día.