No digas: Como me hizo, así le haré; daré el pago al hombre según su obra. Proverbios 22:1.
Pagar mal por mal es una mala elección. Es una resolución cobarde e inmadura. De hecho, es el auténtico reflejo de que la destructiva venganza se está enseñoreando de su corazón.
El sentimiento de venganza no solo entorpece relaciones, también afecta la dignidad y el valor propio.
Amado lector, es probable que alguien haya afectado su imagen, o haya tenido en poco la confianza que usted entregó. Pues bien, Dios espera mucho más de su reluciente carácter y no estará conforme con una reacción visceral basada en el enojo.
El Único que determina la justa retribución que los hombres reciben por sus acciones, es Dios, no usted. Por lo tanto, asegúrese de no asumir un rol que no le corresponde.
Enfrente los recuerdos con la nobleza de un corazón transformado y no con los sentimientos de un alma quebrantada que tuercen el camino de la integridad.
No caiga en el juego de darle lecciones a los demás, ejerciendo el poder o la influencia que, con esfuerzo y por gracia de Dios, ha conquistado.
Si está casado o casada y tiene la tentación de causarle a su pareja el mismo dolor que antes recibió, no se engañe creyendo que eso le traerá paz, porque lo cierto es que la venganza producirá más destrucción que otra cosa.
Espere y así podrá ver cómo Dios se encarga de defender su causa, limpiar su imagen para luego retornarle lo que pudo haber perdido.
¿Le molesta que no lo tomen en serio? ¿Le molesta que las acciones injustas de otros involucren su buen nombre? Seguro que sí, y puedo entenderlo. Pero el consejo de Dios para usted es: ¡DETÉNGASE!
No le dé lugar al odio o al rencor, o, de lo contrario, podría cometer una acción necia que a la única persona que afectará será a usted mismo.
Sea más sabio que su intuición, sea más inteligente que sus emociones. Si usted siembra paz, cosechará paz, pero si siembra rencor o venganza, cosechará exactamente de acuerdo a lo que sembró.
Jesús dijo: amad a vuestros enemigos. Mateo 5:44. Este es uno de esos textos que leemos en tono gris, ignorando el intenso color de la misericordia.
Bendecido día.