Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti. Salmo 39:7
¿Quién no se ha sentado en una sala de espera? Las exigencias del tiempo moderno han hecho necesaria su construcción.
Las más sofisticadas ofrecen servicios de Internet, tecnología, brillo para zapatos, alimentos, entre otros.
En casi todos los espacios públicos encontrarás una sala de espera; en el banco, en el hospital, en la recepción de una institución, en el taller de autos, en fin; la vanguardia la exige.
Pero, ¿qué se siente en una sala de espera? En ella convergen múltiples sentimientos.
Puedes encontrar a un hombre feliz a punto de convertirse en padre, o una familia atormentada mientras espera el diagnóstico de un médico.
Sin importar la naturaleza de la noticia, la ansiedad o la preocupación que se experimenta puede ser abrumadora.
La vida con Dios a veces nos llevará a distintas “salas de espera”. En ocasiones, con la certeza que recibiremos una buena noticia, en otras, con la incertidumbre por lo que pasará.
La buena noticia es que Dios está sentado junto a nosotros. Jamás nos abandonará.
La respuesta a muchas de las preguntas que siendo niño le hice a mi padre fue: tranquilo, yo sé lo que hago.
Por un tiempo solía pensar que era una respuesta egoísta, pero luego entendí que yo no tenía la capacidad necesaria para comprender sus acciones, así que preferí no cuestionar sus procedimientos, por más ilógicos que parecieran.
A mi forma de ver, casi nunca encontraba lógica entre lo que mi padre hacía y lo que quería alcanzar. Era como si “mi destino fuera el norte, pero él siempre escogiera dirigirse al sur”.
Sin embargo, él siempre acertaba con sus “extraños métodos”. En ocasiones, el camino para llegar a determinado destino no es aparentemente el más lógico, sino el que guarda sincronía con el propósito de Dios.
En la sala de espera debemos confiar en que Dios sabe exactamente lo que hace con nosotros. Él no improvisa en la vida de un cristiano, Dios es omnisciente, por tanto, tiene la capacidad sobrenatural de saber todo. Usted no puede instruir la mente de Dios, pero sí puede esperar en Él.
Le aseguro que Él no lo decepcionará.
¡Feliz y bendecido día!

