Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. 1 Juan 1:3
¿Alguna vez se ha cuestionado acerca de los fundamentos de su fe? Por mi salud espiritual, yo lo he hecho. Incluso, he sido rudo conmigo, poniendo a prueba la fortaleza de mis convicciones, diciendo: ¿qué tal que todo lo que he creído no sea cierto?
Espere un poco. No es que dude acerca de mi fe en Jesús, lo que en realidad busco, es valorar mucho más la calidad y virtud de los textos bíblicos, como, por ejemplo, el de nuestra meditación de hoy.
El versículo de nuestra meditación, corresponde a un fragmento de la primera carta de Juan. En ella, el autor pone de manifiesto que todo lo que está enseñando, está basado en fieles testimonios; es decir, en todo lo que escuchó acerca de Jesús, pero además, en todo lo que vieron sus ojos.
Amado lector, nuestra fe y convicciones cristianas, no deben corresponder a una simple tradición, sino, a una robusta convicción que grita más fuerte que la incredulidad y que no duda del testimonio de la cruz.
Nuestra vida espiritual debe ser una continua experiencia basada en la confianza que hemos depositado en un Dios real, auténtico y fiel. Nuestra fe no se basa en escritos “mágicos” que alguien un día abandonó a la suerte para que otros los hallaran, nuestra fe se basa en una verdad que traspasa el cielo y que atemoriza el infierno.
Una verdad que rompe, desintegra y vuelve a dar vida. Se trata de lo que nuestros antepasados comprobaron con sus propios ojos. Amado hermano, no se sienta engañado creyendo que sus pastores lo manipulan o lo enredan con mensajes fantasiosos.
Estamos hablando de un testimonio fiel que ha permanecido por más de 2.000 años, y pasado ese tiempo, no ha perdido vigencia. Jesús es más real que yo, es más grande que sus impresiones, Jesús es eterno.
Lo que intento decir, es que su fe no es un cuento. Su fe en Jesús no avergüenza.
¡Ánimo creyente!