Que el Señor les guíe el corazón a un entendimiento total y a una expresión plena del amor de Dios, y a la perseverancia con paciencia que proviene de Cristo. 2 Tesalonicenses 3:5
Entender el corazón es una tarea difícil, por no decir imposible. El corazón es semejante a un abismo. Su profundidad es asombrosa y lo que en él hay, a veces asusta.
Es el corazón del Hombre, un misterio que difícilmente podremos descifrar. En él se almacenan sueños y miedos, alegrías y dolores. Jesús dijo: “del corazón provienen las guerras y los adulterios”. El apóstol Pablo afirmó que “nadie conoce los pensamientos del corazón, excepto el espíritu del hombre”.
Amado lector, como puede ver, el corazón es semejante a una bestia indomable, porque a decir verdad, en ocasiones, ni siquiera nosotros podemos controlar su violenta fuerza.
Sin embargo, tengo una gran noticia para darle. Cuando el Señor es quien guía su corazón, todo se mantiene en su lugar. La clave está en ceder el control, permitiéndole que guíe su ascenso hacia la plenitud de su conocimiento.
De acuerdo al texto de reflexión de hoy, la verdadera espiritualidad consiste en conocer en detalle el amor de Dios. Quien conoce ese amor, estará en la capacidad de amarse a sí mismo y también de amar a los demás, especialmente a los de su casa.
Ahora bien, de muy poco nos serviría conocer ese invencible amor, y no estar en la capacidad de expresarlo. El amor de Dios es para compartirlo. Lo cierto es que precisamos de la dirección de Dios para conocerlo profundamente y disfrutar de él.
Es probable que al sumergirse a una piscina encuentre que es más profunda de lo que pensó. En ese caso, tiene frente a usted un reto: descender lo suficiente para conocer su fondo. Procure ir a las profundidades en su relación con Dios. En la superficie no encontrará todo lo que necesita.
Quisiera pedirle que juntos oremos al Señor para que guíe nuestros corazones al conocimiento pleno de su amor. A su vez, que nos permita compartirlo con otras personas, empezando por nuestras familias y extendiéndose a esas personas que no conoce, pero que aparecerán en su camino.
¡Bendecido día!