Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. Hebreos 9:27
Un inventario minucioso del Creador será el sello final de nuestras particulares vidas. Acto seguido, nuestras almas ocuparán uno de dos posibles lugares. Uno será muy bueno y el otro será muy malo. A esto llamamos: El juicio divino o Juicio final.
El juicio de Dios ha sido usado como una arma de intimidación espiritual. Nos asusta pensar en la posibilidad de ser reprobados e ir al infierno. Sin embargo, la naturaleza teológica del Juicio Final responde al método de la inspiración y no al de la intimidación.
La razón por la cual digo que el Juicio Final responde al método de la inspiración, se debe a que, en el obrar de Dios, no hay corrupción, compra de influencias o amañadas formas de actuar. Dios recompensará a quien se esforzó y honrará a todos aquellos que pagaron un precio por obedecer.
Lo que sí tiene sentido es que en el juicio, los justos serán abiertamente reconocidos, no por su perfección, sino por el gran beneficio que con humildad recibieron al creer en Jesús y rendir sus vidas a Él.
Amado lector, créame cuando le digo que el juicio debe inspirarlo, no atemorizarlo. Debe inspirarlo a vivir la vida sabiendo que un día terminará, pero si ha obedecido la voz de Dios, usted no tendrá impedimento para estar con Él por la eternidad.
Viva entonces de tal manera que mientras lo hace, el Señor lo mire con complacencia y se goce con su voluntad de agradarlo. Disfrute el maravilloso regalo de la familia y sea fiel a ella. Viva en santidad y no dañe a nadie.
Ría y disfrute, pero hágalo sabiendo que todos tendremos que dar cuentas al Señor. Por lo tanto, jamás comprometa su gozo a cambio del dolor de otro. Jamás se asocie con el placer al precio del sufrimiento de alguien más. Sepa que, al hacerlo, usted estará ofendiendo a Dios y su pecado no quedará impune.
En cambio, si busca el bienestar de su prójimo, le aseguro que Dios lo recompensará con honor y mucha bendición.
Condúzcase con seriedad y haga de su palabra un voto inquebrantable. Viva la vida sin engañar a nadie. Tenga éxito, crezca y prospere, pero nunca olvide que todo lo que usted logre, deberá llevar la marca de la integridad y el olor de la rectitud.
Viva, y mientras lo hace, no cometa el error de envidiar a los malos. Disfrute sus logros, pero recuerde: ganar a Cristo y conocerlo, es el más grande de todos. Diferencie las alegrías circunstanciales, de los justos frutos de sus acciones.
Esfuércese por encontrar a Dios en cada una de sus decisiones. Si lo busca y no lo encuentra, entonces pregúntese si aquello que desea realmente le conviene o es una artimaña del enemigo para confundirlo.
Tema a Dios y sepa que sus ojos reposan sobre usted. Ni siquiera sus intenciones le son desconocidas.
No pierda la paciencia. Algunos dicen que “la esperanza es lo último que se pierde”. Yo creo que lo último que se pierde es la paciencia, y cuando la paciencia se pierde, normalmente uno hace cosas de las cuales se arrepiente. Deténgase y piense muy bien cuál será su siguiente acción.
¡Vamos, viva para Dios!
Con amor, su servidor.