¡Esperanza mía!

Escrito el 14/05/2025
Pr. Gustavo A. Muñoz L.


Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Salmo 91:2


David vivió en una época de guerra. Como rey, tuvo que enfrentar poderosos ejércitos mientras defendía la soberanía de Israel. David fue hábil y se destacó por sus capacidades para luchar. Era un estratega admirado por los más valientes del reino y odiado por sus históricos adversarios. 

A pesar de su temida reputación, David fue un hombre temeroso de Dios. Las batallas más violentas de su carrera no las vivió en las filas de su ejército, sino en la intimidad de su habitación y en las visitas prolongadas al templo.

El éxito de David nació en su búsqueda de Dios. Él se acostumbró a buscar la presencia de Dios antes que buscar la ayuda de los hombres. Pronto el rey entendió que nadie podría cuidar su vida como Dios lo haría. Ciertamente, David pasó noches enteras clamando por la protección divina.

A Dios le desagrada que confiemos en el hombre. Así dice el Señor: «¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! Será como una zarza en el desierto: no se dará cuenta cuando llegue el bien. Morará en la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita. Jeremías 17:5  

Amado lector, nuestra ayuda proviene de Dios. Confiarle a otro nuestro destino es una completa necedad. A pesar de nuestras batallas y de lo difícil que pueda ser el mundo, Dios nos sigue llamando a creer en la eficacia de su protección, pues el mal no nos afectará. Podrán caer mil a tu izquierda, y diez mil a tu derecha, pero a ti no te afectará. Salmo 91:7

La respuesta de Dios a una oración que invoca Su nombre no es otra que la dádiva de Su presencia y compañía a favor de nuestra paz y tranquilidad. Aunque la angustia se prolongara, Dios nos acompañará mientras la superamos. 

La presencia de Dios es amparo a los que la buscan. No hay mayor fortaleza que pueda resguardarnos que aquella que edifica el Espíritu Santo alrededor nuestro. El mayor desafío, como hijos de Dios, es invocar diariamente Su presencia y que esta tome el primer lugar en todo lo que hacemos. 

No tenemos la capacidad de cuidarnos a nosotros mismos, pero sí el privilegio de ser cuidados por el Señor. Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos. Salmo 91:11

¡Bendecido día!